El maravilloso texto que juan José Téllez ha creado ha leído en el acto 1000 voces por la paz celebrado el domingo 4 de febrero en Sevilla
Canciones
para amar, frente a los himnos de la muerte.
Melodías
del recuerdo en el corazón del olvido.
Acordes
frente al desacuerdo.
Tambores
de paz contra el paso marcial de la guerra.
El
compás de la gente corriente contra el sordo alarido de la diplomacia que
blanquea la masacre y justifica el odio.
Bajo
el mismo cielo por el que cruzan a veces la tripa de los bombarderos de Morón o
de Rota, entonamos hoy cánticos supersónicos, notas escritas en la partitura
del aire libre, entonamos a compás la oración de los sueños pendientes.
Te
doy una canción, y hago un discurso sobre mi derecho a hablar. Si se calla el
cantor, calla la vida. Báilame hasta el fin del amor. Palabras, palabras, palabras.
Imagine there's no countries It isn't hard to do. Nothing to kill or die for.
And no religion, too Imagine all the people. Livin' life in peace. La respuesta, amigo, está
soplando en el viento. Cierra la muralla al diente de la serpiente. Ne me
quitte pas, vieja utopía. Si tú fueras un bote salvavidas, si tuviera dolor, sé
que me cantarías canciones relajantes. Dos lunas están de pie en mi puerta.
Haleluyah, halelulyah, betziltzelei shama. Y en la luz desnuda vi diez mil
personas, tal vez más, gente hablando sin hablar, gente oyendo sin escuchar,
gente escribiendo canciones que las voces nunca comparten, nadie se atreve a
perturbar el sonido del silencio "Tontos", dije yo, "no lo
sabéis. El silencio crece como un cáncer.
Aquí
estamos hoy para romper el silencio, para imaginar juntos, para abrir la
muralla al corazón del amigo. A galopar, a galopar, hasta enterrar en el mar de
Gaza el exilio de la hamada, la desesperanza del destierro y el check point del
miedo, con los ojos niños mordiendo un paisaje al que no pueden llamar patria.
Frente
al rugido de la metralla, la música callada de unos libros, el diapasón de la
ternura, el instinto que va camino de la escuela a sabiendas de que faltarán
compañeros en el pupitre, si es que el pupitre y la escuela siguen allí, entre
ruinas de hospitales y falta de víveres.
Frente
a la estridencia del poder, la armonía secreta del ulular en la lengua poderosa
de las mujeres del desierto, el colorido sonoro bajo el cheche y las melfas de
quienes tuvieron que construir un país sobre las arenas nómadas de la
supervivencia.
Más
allá de las canciones, está el ruido, el de las guerras silenciadas como la que
vuelve a estrangular el corazón del Sáhara, el de los altos despachos de los
gobiernos, el de las consignas que repican desde los medios de comunicación
aquellos que no dudan, quienes creen que tienen la verdad todo el tiempo, pero
también el de la venganza ciega desde los semilleros del odio, el del terror
ejercido por las potencias cuya muerte se puebla de daños colaterales y el del
que deja de ser resistencia para atacar civiles, el de los estados que lejos de
serlo aniquilan en lugar de defenderse, el del dinero como la mayor declaración
de los abusos inhumanos, el de los imperios que se reproducen a lo largo de la
historia con banderas distintas pero con la misma ambición.
Frente
a todo ese ruido, hoy es el día de las voces, de las gargantas que cantan el
derecho a vivir en paz, las que sólo le piden a Dios que lo injusto no nos sea
indiferente, las que sueñan que tiene que llover a cántaros, que nos queremos
libres, que habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra
llamada libertad.
Son
canciones antiguas, que vienen rodando a lo largo de los años, como la banda
sonora de un final feliz que no llega nunca. Hagámoslo posible, aquí y ahora, porque
como cantaba Jacques Brel, cuando no se tiene más que amor contra el rugido de
los cañones, se tiene todo. Ojalá que, al menos esta vez, la música sepa
amansar a las fieras.